Comentario a: "Vagamente dos muertos: Carlos Oliva y Josemari Recalde"..
"Vagamente dos muertos: Carlos Oliva y Josemari Recalcalde" /el puñalón/ (con pequeños cambios en su nueva edición).
Si tuvieran que elegir la ciudad donde cualquier pelagatos después de muerto es convertido en mito o leyenda, sin duda la elegida sería Lima, capital del Perú que parió grandes personajes e inmejorables momentos, pero también Lauras Bozzos, vírgenes de yeso que lloran, y ridículos literatos. Aquí a un Poeta borrachín y drogón que escribe unas cuantas puerelidades y nos embota de lugares comunes se le cuelga el manido cartel de “leyenda maldita” después de tener una penosa muerte, como si su condición de vida desordenada y marginal fuera suficiente para ser recordado como "Poeta". Es el caso de Carlos Oliva a quien una sarta de borricos (todos ellos amigos suyo) hacen resaltar su condición de “yonqui limeño de los
Aunque en menor medida, sucede lo mismo con Josemari Recalde, integrante del que sería quizá la agrupación ( mancha, grupete, yo te estimo) con el nombre más huachafo en la historia de la literatura peruana “Geranio Marginal”. Autor de unos cuantos poemas interesantes y prometedores, Josemari era sólo eso: poemas interesantes y prometedores, y sus amigos que todo lo ven con ojos de madre pos-parto se encargan de colgarle un aura de poeta iluminado (que en vida nunca lo tuvo), a tal punto que de su muerte (la penosa y trágica muerte del poeta sucedió en circunstancias que su casa se incendiaba) han hecho todo un misterio que ha terminado por convertir al poeta en una "leyenda" de ocasión.
De Carlos Oliva no puedo decir nada. De Josemari un poco más y creo que es más que tendencioso colocarlo en el aura de los mitos que la chismosería de esta ciudad esculpe. Josemari incendió su cuerpo, eso es claro, lo del misterio te quedará bien a ti porque no conociste las circunstancias previas a su decisión ni el desenlace claro en la voluntad de forjarse algo de mito. La acepción de mito es tal vez lo primero que debas revisar, porque en el poema de despedida de Josemari, la palabra tiene una resonancia que aturde. No se trataba de un personajucho cualquiera y tampoco de un lector descuidado de los mitos, al mejor estilo de la lima que resucita su chabacanería en cada gesto. A los algunos poemas interesantes que mencionas, me gustaría algún día sumar los que me diera unos años antes de su suicidio, y te quedará claro que más allá de la opinión que guardes de Oliva, no puedes interceptarla ni de asomo con la de Josemari.
Aquí yace el fantasma de nuestro poeta.
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