Si tuvieran que elegir la ciudad donde cualquier pelagato después de muerto es convertido en mito o leyenda, sin duda la elegida sería Lima, capital del Perú que parió grandes personajes e inmejorables momentos, pero también Lauras Bozzos, vírgenes que lloran y ridículos literatos. Aquí a un Poeta borrachín y drogota que escribe unas cuantas puerelidades y nos embota de lugares comunes se le cuelga el manido cartel de “leyenda maldita” después de su penosa muerte, como si su condición de vida desordenada y marginal fuera suficiente para ser recordado como Poeta. Es el caso de Carlos Oliva a quien una sarta de borricos (todos ellos amigos suyo) hacen resaltar su condición de “yonqui limeño de los 90” al saberse evidenciado los malísimos textos del finado que imposibilitan una defensa medianamente decorosa.
Aunque en menor medida, sucede lo mismo con Josémari Recalde, integrante del que sería quizá la agrupación ( mancha, grupete) con el nombre más huachafo en la historia de la literatura peruana “Geranio Marginal”. Autor de unos cuantos poemas interesantes y prometedores, Josémari era sólo eso: poemas interesantes y prometedores, y sus amigos que todo lo ven con ojos de madre posparto se encargan de colgarle un aura de poeta iluminado (que en vida nunca tuvo), a tal punto que de su muerte (la penosa muerte del poeta sucedió en circunstancias que su casa se incendiaba) han hecho todo un misterio.
"Vagamente dos muertos", título inspirado en el ensayo "Vagamente dos Peruanos" que escribiera hace muchos años el narrador Luis Loayza.